Artículo escrito por Claudia Núñez (Chile).
En algún momento, todos hemos deseado experimentar en nuestra vida ese “algo o acontecimiento” que nos haga sentir “en el aire”, volando con los brazos extendidos y sintiendo la brisa del viento en nuestro rostro, mientras contemplamos el cielo azul.
Algunas personas soñarán disfrutar de esa experiencia en cada logro que obtienen en su ámbito laboral, mientras otras, lo harán mientras emprenden viajes lejanos, desconocidos, quizás inimaginables, observando todo a su alrededor, y se preguntarán si lo que ven ante sus ojos es un sueño o realidad.
Puede ser que otras proyecten ese deseo en lo íntimo de su hogar donde se encuentran sus amores, o en un refugio especial en el silencio y en conexión consigo misma.
Lo cierto es que, existen varias formas de contemplar la luz y sentirse en el aire.
Mi sueño, aunque no ha sido el único, fue poder transformarme en esa mujer que, comprometida consigo misma, se plantea el desafío que la determina a volcar su mente, cuerpo y espíritu al logro de este: una triatleta que cruza la línea de meta del Ironman 70.3. en el año 2015, Miami, Estados Unidos.
Cuántas veces lo imaginé, lejano e inalcanzable. Sin embargo, un día de enero del año 2010, algo se movió en mi interior, en el fondo, donde se encuentran esos grandes anhelos a la medida de lo que cada uno es, una fuerza interna que me permitió ver con claridad aquello por lo que iba a trabajar en el tiempo siguiente.
Me comprometí conmigo misma, a transformarme en acción y ya no sólo en soñadora, y me convencí de que si “lo deseaba y lo creaba en mi mente, lo podría convertir en realidad”.
Fue así entonces, en que a pesar de todos los obstáculos que se cruzaron en mi camino, mantuve mi propósito.
En el proceso de preparación para la carrera, hubo días en que el cansancio y el sueño eran mis piedras en la ruta, pero logré hacer una tregua con ellos y les planteé una solución: “¡Unámonos por este desafío, juntos”! Y así fue.
Mis entrenamientos de seis veces a la semana, comenzaban trotando al amanecer, en que el rocío de la mañana era el primer saludo del día, acompañada con el cantar de los pájaros y el sol iluminando, mientras la brisa marina acariciaba mi rostro; otros días finalizaba con el arrebol del atardecer nadando en la piscina.
Los fines de semana, mi mayor pasatiempo era pasar hasta 5 horas arriba de la bicicleta de ruta, siendo yo misma, mi mejor compañía, ¡Y claro! Mis pensamientos… Además, como toda persona y como mujer especialmente, el tiempo se nutre de otras diversas rutinas, como ser mamá y trabajar como profesional de la educación, en fin, ser yo misma en todas las formas y dimensiones, sin dejar de sonreír y seguir bailando con la vida.
Mirando hacia atrás, recuerdo cuántas veces me dijeron ¿Y tú, podrás hacerlo? ¿No crees que eres un poco soñadora? ¿Te volviste loca? Tantas frases que decidí guardar en una caja con llave, para que no pudieran tener poder en mí , y en lo que deseaba cumplir.
Es así como entonces, llegó aquel gran día. Ese preciso momento, que tantas veces visualicé y soñé, y por el cual me propuse trabajar y esforzarme para lograr mi objetivo.
En mi recuerdo, ahí estoy, en el final del recorrido, y de mi ruta personal.
Cuando por fin voy a llegar a la meta, escucho en voz alta: “Claudia Núñez, de Chile, viene llegando…”. Es ahí, en que cierro mis ojos y me doy cuenta de lo que significa para mí ese momento final. Es entonces, en que experimento la increíble sensación de estar “VOLANDO SIN ALAS”... En ese preciso momento, siento en mi pecho una emoción de gratitud infinita y de alegría.
Porque finalmente, lo verdaderamente importante es sentir la certeza en nuestro corazón de que todo aquello que uno se propone y por lo que se trabaja, sí se puede cumplir.
Volar sin alas, es dejarse llevar por el viento mientras volamos celebrando nuestros sueños.
